jueves, 15 de noviembre de 2012

"IMAGINÉ"

           Existía una diferencia respecto a otros días, y era que esa tarde por alguna extraña razón le sobraba todo, incluso el tiempo. Esos espacios que su reloj le iba dictando; en calma, pero con la constancia de que ni estaba, ni lo esperaban. Por lo tanto, las prisas se evaporaban por las fallas de sus costillas.

          Recordó aquello de que el mejor sitio para ir es a ninguna parte. Que el rumbo es otra de tantas obligaciones a las cuales nos sometemos con respiraciones agitadas por miedo a la desorientación. Y en esos instantes le sobraban todos los puntos finales. Qué frío hace en las travesias polares de los pies a la cabeza, qué gélida caricia recorre la espina dorsal al mirar tumbado el paso de los tubos fluorescentes que iluminan la antesala del túnel.

          Ese día, que puede que sea hoy, esperó su turno para viajar, sentado en el andén, y haciendo girar un bolígrafo entre sus dedos. Recordó que con tres o cuatro años, hablaba poco, pero le pedía a su madre la sesión circense que tanto le gustaba de mundo subterráneo. Tal vez ya por entonces el insípido sabor de la superficie le parecía monótono y aburrido. Si miraba hacia arriba... ni el cielo le parecía tan bonito, ni el infierno tan feo. No veía día y noche, sino sol y luna... rayos y estrellas. Por eso adentrarse en las entrañas de la urbe era su atracción y juego favorito. Viajar en aquellas serpientes de metal chirriante, que parecían desplazarse a velocidades mucho más altas de las que seguramente alcanzaban, a la vez que disfrutaba en un discreto pulso particular entre la gravedad y su equilibrio.

       La imaginación. Un regalo de la infancia. Un juguete en la mente. Marioneta a la que algunos le cortan los hilos y guardan en un cajón porque un falso tiempo les marca eso, y no su voluntad. Sin embargo, quedaban casos como el que se cuenta en estas líneas, de esos que la conservan en una caja sin cerrar debajo de la cama; sacándola de vez en cuando para pasarle un paño y dejarla aceptablemente pulida, para así desplegar sus articulaciones con alegría.

      Por eso recaló en su estación, y volvió a ver en el subsuelo unas vías en un minúsculo precipicio, que para él siguen siendo los fosos de las serpientes, por los que pasan con ojos encendidos en intervalos de cinco minutos. Y así, durante un rato se dejó transportar en sus tripas a ninguna parte. No se olvidó de deformar su lingote de plastelina roja intentando amasar esos pensamientos que toman a veces forma de imaginación. Por eso moldeó ideas, situaciones, y recuerdos. Hasta que un vahído en sus ojos le sumergió en los sueños.

     Cree, y quiere seguir creyendo que tras la última estación, la serpiente no se detendrá, y continuará hasta estrellarse contra una pared azul. Así lo refleja el mapa de estaciones que está en la parte superior de cada puerta.

    Dará una y mil veces las gracias maternas por esos viajes a un mundo imaginario. Por esos incentivos abstractos de paseos campo a través en alguna irrealidad. Por enseñarle la facilidad de la tozudez,  obteniendo de resultado la satisfactoria acción de sacar el jugo a los frutos de cualquier fábula inventada. Por esas ausencias que le acompañan. Por el sencillo y añorado gesto de subirle el cuello y abotonarle el abrigo. Por recordarle que ya es tarde, que hay que regresar.


   Dejad de soñar, dejad... pero luego que nadie se queje que la realidad está cruda y cuesta mucho masticarla (algunos se van a dejar los dientes de tanto morder). Dejar soñar, dejar...

1 comentario:

Ishtar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.