No cuesta esfuerzo alguno citar aquel otro día en el que todos te dictaban sin pausas un desagradable torrente de renglones sin escribir en tu hoja de ruta. Mientras tú, amparada entre espacios en blanco, sumías las noches con piruetas mentales contorsionadas delante de los estáticos relojes que colgaban de la pared.
Sería imposible olvidar el día que te expulsaron del aula de filosofía a precio rebajado por bostezar con descaro. Nadie se percató de que te mecía la encarecida soledad nerviosa a todas horas, y un sinfín de ideas cantaban la nana del "... Duérmete ya".

¿Qué decir de tú súbito acto de renuncia a toda afiliación en los gremios de la incredulidad? Pues que era sabido que la solicitud de ingreso en el club de las sombras inocentes estaba aceptada desde muchos días atrás.
Ah! Y sobretodo hacer mención a tu día. Sí, aquel en el que el sol dejó a la luna sin postre... Y la niebla mareó a la claridad negándole los juegos de adivinanzas.